El técnico de Vélez y el arquero paraguayo viven un duro enfrentamiento. Pero es nada más que la cara visible de un conflicto más profundo. En mayo alguno deberá dejar el club. “Ni mi papá en vida me levantó la voz. Esto yo no se lo voy a permitir a nadie, se llame como se llame. ¡Y menos se lo voy a permitir a Bielsa!”. José Luis Félix Chilavert se plantó frente a las cámaras de televisión y, en un par de frases con su estilo, terminó con el apacible -al menos en la superficie- verano de Vélez Sarsfield. Con sus palabras, el arquero paraguayo le dio estado público al enfrentamiento con el entrenador Marcelo Alberto Bielsa y comenzó una pulseada que para muchos ofrecía una sola salida: Chilavert o Bielsa. Nunca más juntos. Pero, ¿cuál fue el origen del conflicto? Todo se inició durante el entrenamiento -a esta altura ya remoto, del viernes 16 de enero en el Hindú Club. Allí Bielsa, en charla con todo el plantel, increpó a Raúl Ernesto Cardozo por unas declaraciones sobre sus gustos futbolísticos aparecidas en el diario “Olé". El defensor, excluido momentáneamente de los planes de Bielsa por una razón de orden táctico, intentó copar la parada y estimuló la reacción de Chilavert, quien se sintió herido por el comentario del técnico. --Simplemente le dije a Bielsa que estaba equivocado. Me molestó que recriminara a Cardozo. Bielsa debería saber que a las trayectorias hay que respetarlas, y que ya somos grandecitos para decir lo que pensamos. Pacha nunca le faltó el respeto. Dijo que le gustaba más el fútbol de Cappa y de Menotti y que, si no estaba en los planes, deseaba jugar en Racing. —¿Y por eso casi se van a las manos? --No, yo lo increpé verbalmente, con respeto, defendí a un compañero porque me pareció que el entrenador estaba equivocado, nada más. Yo no peleo con los técnicos, y si no pregúntenle a Bianchi y a Piazza cómo es Chilavert. Lo que ocurre es que me volví loco cuando el técnico me dijo que, si yo pensaba así, que había que respetar las trayectorias, quedaba excluido del plantel... Marcelo Bielsa, el otro protagonista del enfrentamiento, eligió el silencio como respuesta. Abordado durante toda la semana en el ingreso al Hindú Club (adonde concurre sólo por la tarde, pues no asiste al entrenamiento físico de la mañana) el entrenador, con la mirada fija y la voz firme, sólo respondió: “No es que no hable del conflicto que está latente con Chilavert. No hablo de las cosas que pasan en la intimidad del plantel. Yo entiendo sus inquietudes, pero les pido que sepan aceptar mi posición”. El nivel de respuesta y de comprensión de las exigencias periodísticas que tiene Bielsa, es superior al del promedio de los entrenadores del fútbol argentino. Pero se mantuvo firme en su posición, y ni siquiera el transcurrir de los días le hizo cambiar de opinión. Es más, en una muestra casi insólita de convicción por una manera de actuar, hasta prefirió no darle detalles del episodio al propio presidente Raúl Gámez, quien se comunicó con él desde Asunción del Paraguay, donde asistió a la inauguración de la nueva sede de la Confederación Sudamericana de Fútbol. “Raúl, no quiero influir en una posible decisión suya contándole mi versión de los hechos. Quiero que usted sea libre de tomar una determinación sin prejuicio alguno, por eso prefiero que regrese a Buenos Aires y hablemos todos juntos”, le dijo vía Movicom Bielsa a Gámez, quien el sábado regresó al país. Este tipo de actitudes (poco usuales en un medio tan competitivo) seguramente son las que tienen a Raúl Gámez embelesado con Marcelo Bielsa (la proximidad entre el adjetivo y el apellido del entrenador no son pura coincidencia) y constituyen el otro elemento clave de esta historia. ¿Por qué? Porque en realidad, esta pirotecnia verbal del arquero paraguayo hacia el entrenador de Vélez no es más que la aparición en la superficie de un desagrado que viene desde ya hace un par de meses. La llegada de Bielsa puso punto final al ciclo -el de Carlos Bianchi y Osvaldo Piazza, más ganador en la historia del club, pero que desde la óptica de los dirigentes había comenzado a deteriorarse en la última época. La permisividad de Piazza como conductor del grupo había provocado cierto relajamiento en la disciplina del plantel, y por eso Raúl Gámez consideró a Bielsa como el hombre indicado para reencauzar el trabajo. Claro que no pareció que nada de esto derivara en un enfrentamiento serio entre los futbolistas y su entrenador hasta que, en una de las prácticas durante el Torneo Apertura, los jugadores le manifestaron a Bielsa su desacuerdo con el sistema táctico elegido (con tres defensores en lugar de la línea de cuatro que habían utilizado con Bianchi y Piazza). Bielsa escuchó el reclamo, expuso sus razones y prefirió insistir con su idea. Fue ahí que algunos jugadores, los de mayor antigüedad, empezaron a sentirse definitivamente alejados del entrenador. Ellos estaban acostumbrados a que, con Piazza como conductor, sus deseos eran casi órdenes, y semejante cambio los dejó desacomodados. Este cortocircuito, el primero grave de la gestión de Bielsa, de algún modo se profundizó con la idea enquistada en la cabeza de los futbolistas denominados históricos (Chilavert, Zandoná, Sotomayor, Cardozo, Omar Assad), más algunos de los jóvenes (Claudio Husain y Martín Posse), de que el entrenador llegaba para poner fin a sus carreras en el club. A ejecutar una anunciada y comentada limpieza. Marcelo Bielsa siempre negó esa versión: “El periodismo y el público pueden sacar sus conclusiones. Hace casi cinco meses que trabajo en el club, y no hubo limpieza alguna. Tampoco la habrá, pues éstos son los futbolistas con los que quiero trabajar”. Los jugadores, en cambio, piensan lo contrario, y en la intimidad aseguran que, si Bielsa no los limpió a fines de 1997, fue sólo porque el club podía incorporar nada más que dos refuerzos. La verdad, en definitiva, parece estar en el medio de los dos pensamientos. Seguramente a fines de mayo próximo (cuando finaliza el Torneo Clausura) no habrá tal limpieza, pero sí se irán algunos de los jugadores de mayor cartel del club. ¿Por un deseo de Bielsa? No, sino por una necesidad económica y de renovación del plantel que el presidente Raúl Gámez cree impostergable. Los altos sueldos que perciben los denominados históricos, más el desgaste ineludible que provocan tantos años en el club, hacen que algunos de esos nombres estén transitando sus últimos días en Liniers. Y es allí donde se impone la mayor lógica futbolera. Bielsa (en verdad Gámez y casi todo Vélez) prefiere no desprenderse de pibes como el arquero De la Fuente (que también reemplazó a Chilavert frente a River), Sebastián Méndez, Domínguez, Darío Hussain y Batalla, ni de hombres como Marcelo Gómez, Bassedas, Cordone y Pandolfi, por quienes tiene una marcada debilidad futbolística. Hechos como los descriptos anteriormente (los rumores de limpieza, las discrepancias tácticas), más cierta dificultad para adaptarse al método de trabajo del nuevo entrenador (algunos jugadores cuentan con una mezcla de queja e ironía que una vez demoraron tres horas en analizar el video del primer tiempo de un partido), obraron de caldo de cultivo para el enfrentamiento entre José Luis Chilavert y Marcelo Bielsa. Seguramente iba a pasar. Y pasó. Ahora está en manos de Raúl Gámez reacomodar el tablero. En Asunción del Paraguay el dirigente se mostró tranquilo y confiado en una solución. El presidente de Vélez es uno de los pocos que no admite como única alternativa la salida de alguno de los dos protagonistas. “Los quiero a los dos en el club”, afirma. Y cuando las decenas de periodistas paraguayos (fue el dirigente más buscado después de Joao Havelange) se acercaban para preguntarle por el futuro de Chilavert, los tranquilizaba con sus palabras, pero sobre todo con un gesto: “Todos conocemos a Chilavert. Yo sé cómo calmarlo”. La comentada "limpieza" no es una idea de Bielsa, sino de los dirigentes, que quieren bajar los sueldos y reencauzar la disciplina. Lo cierto es que a Gámez jamás se le cruzó por la cabeza reemplazar a Marcelo Bielsa (su apoyo hacia el entrenador es incondicional), pero tampoco quiere rifar al arquero. El dato del apoyo total de Gámez a Bielsa no es casual. Los jugadores del plantel lo saben, y por eso no salieron a apoyar abiertamente a Chilavert en su pulseada con el entrenador. Quien lo hubiera hecho, habría quedado más cerca de la guillotina que de un busto al lado de don José Amalfitani. Así las cosas, todos confían en la habilidad de Raúl Gámez para solucionar el diferendo. Y si todo ocurre como el presidente cree, ambos hombres quedarán en el club. Seguramente no se mirarán de la misma manera. Tal vez Bielsa nunca olvide las palabras de Chilavert (“Bielsa es un arrogante y no se va a retractar públicamente. Está muy acostumbrado a tratar con chicos y parece que le molesta la gente que opina, que le puede hacer frente. Él es duro entre los débiles y conmigo eso no va”), pero estarán obligados a convivir, al menos por unos meses más. El contrato de Marcelo Bielsa termina en junio y la intención es renovarlo (sólo una pésima campaña en el próximo Clausura podría obligar a su salida anticipada). Después sí, alguno de los dos deberá decir la palabra adiós. Y se sabe que, a la hora de las palabras, José Luis Chilavert siempre es el primero. GONZALO ABASCAL Y DANIEL RONCOLI
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Diciembre 2017
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