El Chilavert que nadie conoce. La intimidad del excepcional arquero del Vélez puntero. ¿Cuáles son sus gastos? ¿Con quién comparte la vida fuera del futbol? ¿En qué invierte sus envidiables ganancias? La cara oculta del goleador enguantado. Lo primero que atajaron sus manos pequeñas fueron las ubres saturadas de tres vacas escuálidas. Tenía cinco años, tres hermanos y dos responsabilidades: ordeñar la hacienda y vender la leche entre los vecinos de Ñu Guazú, un barrio austero de Luque, a ocho kilómetros de Asunción. Félix Catalino, su padre, se ganaba el jornal como empleado público en una empresa estatal. Y mamá Nicolasa administraba la economía cotidiana para encorsetar la existencia en términos de dignidad. La antesala del crepúsculo era una fiesta para los cuatro hijos varones. Sobre el tapiz de tierra colorada, ningún botín mejor que “las patas” para disfrazar de meteoro al cuero polvoriento y conducirlo sin escalas hacia la red imaginaria. Épocas de duchas a los baldazos con el agua helada del aljibe. Días de miradas atónitas delante del televisor blanco y negro de la despensa. Noches para soñar que carroza y calabaza no son cuento, que los arcos de tacuará son metal blanco y estadio lleno, ovación y sustento. Que al mundo, como a una pelota, se la puede tener en una mano... En un insomnio guaraní decidió el intento. Y tres lustros después gritó la victoria sin tormentos. José Luis Félix Chilavert González es el mejor arquero del mundo. El más famoso y reconocido. El más envidiado y combatido. El más impermeable y resistido. ¿Quién es este hombre que cela tanto su intimidad como su arco? ¿Qué debilidades desvelan al más fuerte? ¿Cómo es el costado privado de esta leyenda pública? ¿En qué circunstancias se ablanda el más duro? ¿Cómo es, en definitiva, el Chilavert que nadie conoce? Chila es muy cuidadoso de su aspecto exterior. Nacido el 27 de julio de 1965 bajo el signo de Leo, se corta el cabello cada semana para que luzca al ras. Una afeitadora especial le mantiene impecable la barba “de dos días”, tal como le gusta a Marcela, su pareja desde hace once años. Profesora de inglés y un lustro mayor que él, la rubia de ojos celestes jugaba al tenis en San Lorenzo de Almagro al tiempo que Chila se pegaba sus primeros revolcones en las áreas de la Ciudad Deportiva. Tímido empedernido, el luqueño pasó semanas enteras contemplando su belleza, hasta que un mediodía juntó el coraje que hoy parece sobrarle y le hizo dedo. Ella paró y todavía no lo dejó bajar de su vida... Ambos comparten un departamento de tres ambientes en Caballito. Un piso más abajo poseen otro inmueble similar con una función específica: es el guardarropas de Chilavert. Adepto a la línea Armani, cuenta con unos 50 pares de zapatos, 60 camperas, otros tantos sacos y medio centenar de jeans. Es muy prolijo y cuidadoso con las prendas. Jamás las deja tiradas al cambiarse. Siempre las dobla y las acomoda en el placard respectivo. En su domicilio no hay rastros del Chilavert deportista. Ni fotos, ni cuadros, ni trofeos. Su esposa sostiene que utilizarlos para decorar los ambientes "es grasa". Y él acepta la sugerencia y los envía a su casa materna de Luque. Las cadenas de oro lo pueden, pero trata de no exhibirlas demasiado por respeto a los más humildes. También le encantan los relojes. Tiene varias decenas y, como buen zurdo, los lleva en su muñeca derecha. Para movilizarse utiliza un BMW rojo patentado en Luque y una camioneta Toyota cuatro por cuatro. Maneja ambos vehículos con sorprendente cautela, ya que no le agrada la velocidad. Y les adosó un accesorio que no viene de fábrica: el bate de béisbol que viaja en el asiento de atrás por si alguien se pasa de listo y hay que defenderse... Tampoco es fana de los aviones. Volar le provoca dolores de cabeza. Le tiene pánico al mar y a las piletas, algo lógico para quien no sabe nadar. ►Después de Leo, el que más le interesa es el signo Pesos. Se ríe cuando lo califican de “mercenario” y “tacaño". Prefiere enrolarse entre los realistas. “La plata --suele decir-- es un mal necesario. En esta sociedad valés si tenés... Y tenés si guardás”. Pues bien: Chilavert guarda y administra fabulosamente lo que recauda. Que no es poco: 14.000 dólares mensuales de sueldo, una prima anual de 1.200.000 dólares y convenios publicitarios de seis dígitos con Pepsi Fútbol y Puma, marca que viste a Vélez y con la que arregló para que lo provea de guantes y botines. Tiene mucho, aunque el primer gran dinero lo disfrutaron sus padres. Les compró una casa cuando firmó con San Lorenzo y no hay mes que se olvide de girar unos cuantos miles de dólares para que su madre viva sin contratiempos. Sus tres hermanos también recibieron lo suyo, pero Chila sostiene que fueron “préstamos hasta que me los puedan devolver”. ¿En qué invierte sus ganancias? Compra campos y edificios en Paraguay y tiene ocho departamentos en la Capital Federal. Esa será su renta cuando abandone la actividad, hecho que tiene pautado para cuando cumpla 42 años. Detesta a los representantes porque se quedan con gran parte de las ganancias que generan los futbolistas. Prefiere pelear personalmente sus contratos --“Me encanta encarar a los dirigentes cuando se ponen en duros”-- y también los premios del plantel. “Cuando entra a la cancha --cuenta Carlos García, hijo de Lelo y encargado de la utilería—, Chilavert es un ogro infernal: lo odian todos los rivales. Pero a fin de mes es el primero que exige los premios hasta para los utileros. Es muy generoso con la gente que trabaja a su alrededor”. Una prueba es su dedicación hacia los demás arqueros del club. Si bien le gusta sentirse y hacer sentir que es el titular, mantiene una relación cordial con su posible reemplazante. Comparte la habitación en la concentración con el arquero suplente y jamás niega un consejo. Lo confiesa Pablito Cavallero: “El 90 % de lo que sé con la pelota me lo enseñó Chilavert”. Vale una anécdota. En Japón, Lord Paragua arregló que luciría ropa Puma en la final Intercontinental con el Milán a cambio de 14.000 dólares. La empresa germana también le envió 80 pares de guantes y tres bolsos repletos de ropa. Chila se peleó con quienes se le cruzaron --dirigentes, personal de aduanas, empleados de aeropuertos--, pero logró trasladarse hasta Buenos Aires con todos los bultos. Cuando llegó, repartió los guantes entre los arqueros de las divisiones inferiores y regaló los bolsos con ropa en varios hospitales. Su perfil benéfico también tiene su correlato en Paraguay, donde bautizó una fundación con el nombre de su padre --ya fallecido-- para ayudar a los niños que nacen con labios leporinos. Puertas adentro, este personaje poco común lleva una vida muy común. Es muy cariñoso con Marcela --todos los días le lleva algún regalito-- y sólo la reta cuando fuma. Es número uno en el arco y también en el campo de los celos. Cuando su esposa concurre al estadio de Vélez --siempre ubicada en un sector diferente a las demás mujeres de los futbolistas--, Chila la vigila de reojo desde la cancha. Eso sí, es tan celoso como fiel: “El día que deje de serlo, me separo”. Defiende su privacidad con las garras afiladas. Su nuevo teléfono, por ejemplo, no lo tienen ni el presidente Raúl Gámez, ni el técnico Marcelo Bielsa. Sólo lo conoce el dirigente Bernardo Becker, bajo juramento de no pasárselo a nadie. También se mueve con un Movicom, pero el aparato figura a nombre de otra persona para evitar llamados molestos. Aunque lejos del nivel desaforado de Mariana Nannis, Chilavert goza a pleno de los paseos de compras. Tanto por los shoppings como por los supermercados. Su verdulería de cabecera es una de la calle Otamendi, cuyos dueños son fanáticos de Vélez. Allí se provee de sus frutas preferidas: higos, peras y bananas. Diminutas para un arquero de semejante jerarquía, sus manos no son muy hábiles para cocinar, aunque en su paso por Zaragoza supo elaborar minutas indispensables. Su esposa, en cambio, le prepara con maestría de cheff los platos que lo derriten: pollo a la cerveza, pollo a la sidra, lomito relleno y sopa paraguaya. Su estómago, en definitiva, cruje por la comida agridulce regada con buen vino blanco. Chila auxilia a Marcela “a lo Juanita” y lava los platos como si supiera. En realidad, se da mañas para todas las tareas domésticas porque su madre, cuando era pequeño, le inculcó los conocimientos básicos --lavar, planchar, cocinar— consciente de que no estaría a su lado durante toda la vida. Tiene buen paladar para la cerveza, que degusta en módicas raciones. Prefiere la australiana Foxter, la danesa Kronenburg o la mexicana Corona. A propósito, sólo se emborrachó una vez. Fue a los 17 años, en el cumpleaños de su hermano mayor, Julio César. Pero zafó fácil: como la fiesta era en su casa, optó por refugiarse en la cama luego de pronunciar las primeras palabras inconvenientes. Viajar es uno de los placeres que comparte con Marcela. Dicen que por eso todavía no se decidieron a tener un hijo, ya que su cuidado les impediría realizar las recorridas con suficiente libertad. Conocen buena parte de Europa, Nueva York --una ciudad que le resulta fascinante-- y varias playas brasileñas. Y cuando Vélez juega los viernes, enfilan hacia Montevideo para pasar el fin de semana en casa de amigos. Chila no tiene demasiados fuera del fútbol y muy pocos adentro: Roberto Cabañas, el Pacha Cardozo, Walter Perazzo, el Turquito Asad, el Ruso Siviski... ¿Más resultados de la radiografía a Chilavert? Aquí van... En Paraguay se recibió de perito mercantil y se autodefine como profesor de guaraní. Cursó la carrera de Ciencias Económicas durante dos años y abandonó por el fútbol. Su escritor preferido es Mario Vargas Llosa, pero también lee a Gabriel García Márquez y a Sidney Sheldon. Menos el tango, le encanta cualquier tipo de música. Escucha Queen, Bruce Springsteen, Elton John y cantantes melódicos. Pone a los Rolling Stones por encima de Los Beatles. Y pocas cosas lo incomodan más que bailar. “Soy muy duro para eso”, se excusa. Y seguimos... Café sí, mate no. Admira a Daniel Passarella por su personalidad, rectitud y disciplina. Cree que Diego Maradona fue más grande que Pelé. No concurre a programas de televisión cuya temática no sea el fútbol. Odia a Marcelo Araujo. Respeta a Fernando Niembro. Se acuesta antes de la medianoche y se levanta a las siete de la mañana. Su actividad social nocturna es casi nula: no pasa de una salida semanal al cine o una cena romántica en Puerto Madero con su esposa. Mira poca televisión, apenas fútbol internacional y películas de acción onda Van Damme. Se devora el panorama político de los diarios. Jamás les niega una limosna a personas mayores. Aprueba el aborto en los casos de violación y aceptaría la pena de muerte para los violadores y asesinos de niños. Es anticomunista —“Nunca vi a uno practicando lo que proclama” --, y no descarta llegar a la presidencia de su país para ejercer “un gobierno de mano dura, pero no dictatorial”, aunque últimamente aseguró que se conforma con ser intendente de Luque para solucionar los problemas de sus vecinos. En Paraguay posee una colección de armas, pero no sabe usarlas. Allí tuvo cinco perros --un collie y cuatro pastores--, y un Peugeot 405 que le compró a la Iglesia luego de que fuera usado por Juan Pablo Il en una visita a su país. Reza cada noche, sin embargo es un católico relativo porque no soporta a los curas “que nunca han estado cerca de los pobres”. Cree en la vida después de la muerte y en el pombero, una leyenda muy popular en el Litoral. Su cábala es salir a jugar con una cinta roja en la muñeca o en el tobillo. También ingresa a la cancha con una pelota, que entrega a un compañero luego de posar para la foto, y se persigna y toca tres veces el travesaño antes del inicio del partido. Calza 38 y medio --un pie pequeño para un pateador gigantesco-- y no se venda para aumentar la sensibilidad en la pegada. A principios de año, sus dotes de shoteador motivaron que un equipo de la NFL --fútbol americano de los Estados Unidos--, lo sondeara con una oferta de 5.000.000 de dólares, pero la rechazó. Se ratonea con la ropa interior femenina y su amor imposible es Michelle Pfeiffer. Nunca probó droga, aunque se la ofrecieron en Portugal. De no haber sido futbolista, se hubiera dedicado al tenis. Le gustaría pasar la vejez en una playa y, si pudiera elegir, preferiría morir seco, de un infarto, para no sufrir demasiado. Que la paternidad sea una asignatura pendiente no invalida su creciente cariño por los chicos. Adora que le pidan autógrafos y siempre acepta las invitaciones para visitar escuelas y albergues. Sobre los niños ejerce un magnetismo que no es tan unánime entre los mayores. Una idolatría que se edificó sin que ellos conocieran su número estelar: tiene amaestradas a las palomas del estadio. En realidad, le copió el silbido al Lelo García --canchero y adiestrador de las plumíferas-- y las hace volar y detenerse a su antojo. Con los grandes juega a su manera. Cada tanto sube a un colectivo, saca el boleto y se sienta a deleitarse con las caras de asombro e incertidumbre de los pasajeros, que amagan con saludarlo, dudan nerviosamente, se rascan la cabeza, se relojean buscando complicidad y al final, cuando advierten la sonrisa, se animan a encararlo. Entonces Chila les extiende su diestra pequeña. Esa mano que exprimió ubres, detuvo a Marcela, firmó por futuros de seis ceros, acarició glorias sin tiempo y atajó al mundo esquivo allá arriba, en el ángulo donde muchos no llegan ni con la mirada... EL MEJOR DE TODOS por MIGUEL ÁNGEL RUBIO Para hacerla corta: no es el ogro que parece en la cancha. Tanto que me animaría a afirmar que la imagen de duro, agresivo y contestatario que exhibe ante el periodismo es un producto marketinero. El trasciende por lo que hace dentro de la cancha y, también, por lo que dice afuera. Un detalle: es el primer ídolo malo en la historia del fútbol. El periodismo --que es lo mismo que decir EL GRAFICO-- me dio la oportunidad de conocer en profundidad al arquero paraguayo. Es ambicioso aunque, a la vez, generoso con la gente que quiere. Una vez, cuando viajábamos en el mismo vuelo hacia San Pablo para la final de la Copa Libertadores de 1994, mantuvimos esta charla. —Si hay una definición por penales, me imagino que no lo tirarás a la izquierda del arquero... --¿Por qué no? —Porque sos zurdo, Zetti ya te habrá visto bastante y, aparte, sería lo lógico. --¿Y? Se lo voy a patear allí. Vas a ver que, seco y esquinado, como le pego yo, no lo ataja ni loco. —Pero... --Vas a ver, después me contás. Y así fue. Zetti sabía que la pelota iba a ese rincón, pero no pudo llegar. En el vestuario, en medio de los festejos, Chilavert me tocó el hombro: “¿Viste? ¿Qué te dije? ¿Soy o no el mejor del mundo?” Yo sólo atiné a sonreír y a estrecharlo en un abrazo de felicitación. Toda esa seguridad que transmite en la cancha, quizás no lo es tanta afuera. Mira con desconfianza a aquél que se le acerca --a no ser que sea un niño--, y con más razón si se trata de un periodista. ¡Ah! ¿Y cómo arquero? Es el número uno. Pero como dice Chila: “El número uno del mundo”. Un revolucionario. ELIAS PERUGINO
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Diciembre 2017
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