El carácter conflictivo del portero del Zaragoza le ha colocado en la situación de transferible. El Zaragoza está a punto de perder un buen puñado de pesetas y una abundante dosis de prestigio por no poder solucionar los problemas desatados por la actitud de su portero José Luis Chilavert. La última polémica se ha desatado tras las declaraciones del guardameta paraguayo en las que afirmaba que existía corrupción en la prensa deportiva aragonesa, que, según su versión, repartía elogios conforme al dinero que desembolsaban los jugadores de la plantilla zaragocista. El club aragonés ha optado por declarar transferible al portero. EL PAÍS, Zaragoza Chilavert no ha tenido más remedido que matizar sus acusaciones tras la intervención de la Asociación de la Prensa de Zaragoza. Pese a ello, la crisis en las relaciones entre club y futbolista ha estallado, un final que a nadie que conozca la historia de Chilavert ha sorprendido. El guardameta paraguayo llegó a Zaragoza procedente del San Lorenzo de Almagro con un contrato hasta 1992 de 20 millones de pesetas por año y con la fama de ser un portero revolucionario que participaba activamente desde la meta en el juego del conjunto. Tenía entonces 23 años, y se aseguró que, cuando le vieran jugar, todos copiarían su estilo. De su juego no se ha visto que fuera casi un defensa libre además de portero, como aseguraban. Desafortunadamente, los hechos han confirmado que Chilavert es un revolucionario, pero no en el sentido deportivo. A Juanito, actualmente jugador del Atlético de Madrid, le acusó públicamente de cacique, y sostuvo con él un fortísimo enfrentamiento ante compañeros, que perdió. A Señor le censuró cruelmente que, a pesar de no estar ya en el equipo, acudiera a visitar a sus ex compañeros, y le recordó a gritos que ahora sólo era un inútil para el fútbol. También ha retado, a través de los periódicos, al entrenador del Zaragoza a que se atreva a retirarle la titularidad. ►SANCIONES Sus palabras no han caído en saco roto durante todos estos meses. La persecución que hizo al árbitro del Hamburgo-Zaragoza en la ciudad alemana le costó ser suspendido durante nueve partidos y cinco millones de pesetas de multa, que luego se rebajaron a cuatro. La disminución en la sanción se debió más a las gestiones del Zaragoza, que pidió asesoramiento al Madrid y apoyo a Pablo Porta y Agustín Domínguez, que a su intervención en el proceso. Chilavert explicó después que no corrió tras el árbitro, sino que su galopada tenía por objeto retirar el maletín del masajista alemán. A la sanción de la UEFA se unió luego otra de la FIFA, que le fue impuesta tras agredir a un contrario, lo que le supuso tres partidos de castigo que aún no ha cumplido. Su justificación entonces fue que tenía prisa por sacar de puerta y que se limitó a apartar a un contrario para hacer el juego más rápido. Su actitud ha sido más moderada en el fútbol español, si bien este año lleva ya tres tarjetas amarillas. La temporada pasada estuvo a punto de ser agredido en Logroño por un grupo de aficionados a los que hizo un corte de mangas. Otro rasgo fuera de la normalidad lo tuvo en el Zaragoza-Real Sociedad de la Liga 1989-1990, cuando lanzó un penalti, marcó gol y se recreó tanto en el regreso a su puerta que cuando llegó ya estaba el balón en juego y había recibido un gol en su desguarnecida portería. Chilavert se encontraba aún en el centro del campo buscando aplausos. ►El “papamóvil” Su osadía le llevó a afirmar que iba a jugar el Mundial de Italia con Argentina, a pesar de ser paraguayo. Fue por esas mismas fechas cuando para ganarse una mayor cuota de fama decidió comprarse el vehículo que en Argentina utilizó Juan Pablo II. El papamóvil dijo que suponía para él la expresión pública del triunfo, y en aquel momento el concesionario bonaerense no tenía otro vehículo que la citada Mercedes. El entrenador Ildo Maneiro ha optado, en vista de los últimos acontecimientos, por darle cinco días de descanso. La directiva le ha colocado ya el cartel de transferible a finales de semana. Pero parece que hay pocas posibilidades de conseguir que algún club fuerte quiera pagar un traspaso interesante por este jugador al que la fama de polémico le pesa como una losa. PORTEROS por J. CÉSAR IGLESIAS A José Luis Chilavert le han dado el pasaporte y al fútbol le han devuelto una leyenda: la de que los porteros están completamente locos. Los comentaristas más radicales piensan, en efecto, que sobre algunos de esos tipos capaces de combinar un elegantísimo calzón de raso negro con un jersey impresionista sólo caben dos hipótesis: o tienen un enemigo en la tintorería o tienen la estructura mental de un sonajero. No es fácil replicar a tales críticos: en el guardarropa del arquero-medio hay siempre un cumplido muestrario de espirales fucsia, cenefas moradas, dameros tropicales y otros ornamentos dignos de un congreso de lunáticos. Tampoco es sencilla la tarea de analizar sus delicados y solitarios espíritus. Quienes han explorado el terreno de juego suelen decir que sólo hay un ejercicio más difícil que pensar por un delantero centro: pensar por un portero. Nadie ha logrado reconstruir los complejísimos procesos analógicos que hierven bajo sus gorras, si bien varios teóricos están convencidos de que ese inconfundible interrogante en el entrecejo y ese incalificable gusto por los cataclismos nucleares solamente expresa el impulso de notoriedad propio de toda posición de rebeldía. Dado que el juego les reserva una participación tan obtusa y arbitraria, nada mejor que herir la sensibilidad del espectador con esos fogonazos de tela. Chilavert se ha convertido indiscutiblemente en el digno sucesor de Jongbloed (guardameta neerlandés), el hombre que se abrazaba a la pelota como si hubiera pisado un cable de alta tensión. Tan cierto es que su categoría profesional no admite bromas como que está a mitad de camino entre Hugo Gatti, aquel gaucho virado a sepia que se creía Napoleón, y René Higuita, el expedicionario colombiano que se cree Hugo Gatti. Como es natural, Chilavert se considera víctima de una conspiración local. Los chicos del barrio pensaban exactamente lo mismo cuando alguien se les acercaba por la espalda y les murmuraba al oído aquel abominable pareado: "Ajo y agua, compañero: vas a jugar de portero". ©DIARIO EL PAIS
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Diciembre 2017
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