Es curioso el tema de los violentos que, estratégicamente, quieren hacer uso de los recursos civilizados que propone la democracia, aunque ellos no suelan honrarla. Lo cierto es que los integrantes de la “barra brava” de Boca -los mismos que tienen historia de amenazas y depredaciones, de enfrentamientos irracionales y de otros cuantos descalabros- ahora claramente "politizados" detrás de algún ideólogo -que se escuda en el anonimato, decidieron hacerse notar, más allá de su "huelga de aliento" (a la que cualquier habitante de la tribuna tiene derecho por la sola razón de ser, con su pago, el sostén del espectáculo que se le ofrece), con irónicas proclamas en largos carteles de supuesta intención reivindicatoria para sus acciones. Y además, con la difusa firma de jugador número 12" repartieron unos volantes de neto corte político-institucional. En el panfleto se empeñan en querer demostrar que la violencia nace en los errores que comenten los directivos. Ellos ejercieron, a su manera, el derecho a denunciar y a peticionar. Que si no partiera de donde partió -y de los oscuros intereses que, seguro, están detrás- podría entenderse como un reclamo normal posible de debatir. Pero no es así, claro. Esos militantes de la violencia -ahora "dispuestos" a realizar civilizados reclamos- rápidamente dieron muestras de su invariable intolerancia: en primer lugar "sufriendo" con la buena actuación del equipo al que recitan amar. Después silbando a los otros -a los pacíficos, a los que van a la cancha con el solo objetivo de ver un partido y de soltar sus sanos sentimientos futboleros- cuando, por ejemplo, festejaron una estupenda intervención de Hugo Gatti, antes idolatrado y ahora odiado por ellos. Y más tarde, ya abrumados por la ruidosa felicidad de los hinchas comunes, los verdaderos, arremetieron contra estos, cuando despedían estruendosamente al equipo, con el único método que conocen: el de la agresión salvaje. En realidad, los desaforados fueron unos pocos pero cumplieron con el objetivo de atemorizar. Como siempre. Porque siempre parece notarse más la violencia. Pero la batalla de la "legalidad" la perdieron por amplio margen. Eso quedó a la vista en cuanto los pacíficos empezaron a cumplir con el simple rol de alentar a sus jugadores. Los aislaron, los derrotaron. No pudieron resistirlo. Y el democrático derecho a peticionar lo arrojaron al tacho de la basura. Algo parecido ocurrió en cancha de Huracán con el público de San Lorenzo. La barra de los inadaptados que alberga a los que protagonizaron los vergonzosos hechos de la semana pasada -mínima en relación con el público que concurre a los estadios, pero organizada a la manera de las logias, como las otras, apañada por dirigentes inescrupulosos, como las otras- quiso imponer la regla del insulto y la amenaza y quedo aplastada por el veredicto de la mayoría. La responsabilidad para cercar a este flagelo que hiere al fútbol y a la sociedad es de todos los que algo tiene que ver con el espectáculo, ya está dicho de todas las maneras. Muchos no terminan de asumirla. La gente común dio un ejemplo. Enseñó el camino. Me sentí respaldado. José Luis Chilavert habló sobre la actitud de la "barra brava" de San Lorenzo hacia él. Fue uno de los primeros en retirarse del vestuario. Mostró evidencias de preocupación. Aun cuando el partido ante Vélez no fue complicado, José Luis Chilavert cargaba con una pena, un dolor. Y no era para menos; un sector de la hinchada lo había agredido de palabra, recordándole hechos recientes. Pero a favor estuvieron los más, los que lo apoyaron y le reconocieron su trayectoria en San Lorenzo. Aquellos que taparon con su aliento, con su apoyo, lo que un grupito intentaba deteriorar. Un objetivo absurdo que fue contrarrestado con una inyección de ánimo. —¿Qué reflexión podes hacer sobre todo esto? --Mira no puedo negar que me duele. Pienso que a cualquier humano le llega una agresión, por más injusta que sea. Pero junté fuerzas y me mantuve calmo todo el partido. Además, tuve el reconocimiento de la gente, la gran mayoría, que gritaron a mi favor. Eso me reconforto. Y eso, finalmente, es lo que importa. Aunque esos sectores le apuntan a un jugador y creen hacer justicia con ello. He leído que eso le ocurrió a Jorge Rinaldi y ahora a Gatti, en Boca, por ejemplo. —¿Imaginabas que iba a ocurrir algo así? --Sí, lo sabía. Se habló mucho durante toda la semana y me imaginé que algunos iban a reaccionar así. Pero ya estoy algo curtido y sé que tengo que tomarlo con calma. Es un sector pequeño, y por ellos no tienen que pagar todos. Por eso, al salir de la cancha aplaudí y le agradecí a todos los que me estaban apoyando. Simplemente, porque le dieron una voz de aliento a alguien que estaba defendiendo la camiseta de sus sentimientos. Me sentí respaldado. ¿Los otros? Supongo que también serán hinchas, quiero creerlo así. —Te quedan pocos partidos, es decir, la Liguilla. --Sí, y voy a jugar como lo hice siempre. De frente, esforzándome y tratando de que a mi equipo no le hagan goles. ¿River? Tengo que hablar con esa gente, pero estimo que lo haré después de la Liguilla. Por lo que leí, ya arreglaron entre los clubes, por lo que tendría que conversar yo con los dirigentes de River para arreglar las condiciones. —Después de todo lo que sucedió durante la semana, ¿podes cambiar de actitud, en adelante? --No, siempre seré igual. Así me educaron en mi casa. Mis padres me enseñaron a decir la verdad, le duela a quien le duela. Y yo voy de frente, como lo hice y lo haré siempre. Como capitán del equipo sentí que debía salir en defensa de mis compañeros. Y lo hice. Es más, si se presenta la oportunidad, aquí o en otro lado, lo volveré a hacer. Es mi modo de vivir y no voy a cambiar. De eso estoy muy seguro... Lo esperaba un grupo de gente antes de que ingresara al ómnibus. Un saludo afectuoso y el apoyo para que siga sosteniendo sus principios. Firmó autógrafos y agradeció. Indudablemente, Chilavert se sentía respaldado... ©CLARÍN DEPORTIVO
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Diciembre 2017
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