El arquero paraguayo de Vélez es uno de los personajes más polémicos del futbol argentino. Campeón de América e intercontinental, elegido por una revista europea como el mejor del mundo, Chilavert es resistido, y hasta odiado, por colegas e hinchadas. No tiene pelos en la lengua: dice que quiere ser presidente del Paraguay, que su modelo político es una mezcla de Stroessner y Bordon, que muchos argentinos son racistas, que los periodistas no lo quieren y que Navarro Montoya, el arquero de boca, es un demagogo que coquetea con el poder. El malo. “Navarro Montoya es un demagogo que coquetea con el poder. Él sabe hacer mejores relaciones públicas, pero mi pase vale el doble que el suyo: tres millones de dólares. Para mí, el arquero de Boca no existe”. De cerca, uno agradece no ser delantero para tenerlo enfrente. Noventa y dos kilos distribuidos en un metro ochenta y ocho de altura, barba de dos días y pocas, muy pocas sonrisas. En una esquina de Caballito, su barrio, un auto pasa tocándole bocina y él levanta su brazo derecho como si fuera un remo. Y aunque no le quedó muy claro si es para saludarlo o insultarlo, poco le importa. Unos metros más allá, lo paran tres chicas con jumper de colegio privado y le piden autógrafos: “Poné para Miriam, con amor”. El obedece y reparte besos a discreción. “Y.., eso que no soy ni Batistuta ni Caniggia; más bien soy un negro feo”. Pero también sabe que para él no todas son muestras de cariño. Quizá por eso, debajo del asiento delantero de su auto lleve un bate de béisbol, por si su mirada fría no alcanza para asustar. Así es José Luis Chilavert, el arquero paraguayo de Vélez. Uno de los personajes más amados y odiados del fútbol argentino. No es hombre de andar callándose lo que piensa, cosa que lo enorgullece desde que nació en Luque, en los suburbios de Asunción. A los 14 años ya estaba en la primera de Sportivo Luqueño. A los 19 empezó a ver la plata grande cuando aterrizó en San Lorenzo de Almagro. Dos años más tarde, fue vendido al Zaragoza de España; en el '91 volvió a la Argentina, y a Vélez. Durante todos estos años fue titular de la selección de su país y si hoy no juega la Copa América es porque está enfrentado con el director técnico y las autoridades del fútbol paraguayo. Pero no con sus compatriotas, a tal punto que a los 29 años, cuando colgar los guantes todavía está lejos, ya decidió qué hacer después del retiro. --Cuando se acabe, cerca de los 40 años, voy a dedicarme a la política. Quiero ser presidente del Paraguay. —¿Está capacitado para afrontar ese cargo? --Seguro. No soy ningún ignorante. Yo estudié, me recibí de perito mercantil, soy profesor de guaraní y dejé la carrera de Ciencias Económicas por el fútbol. —¿Qué medidas de gobierno tomaría? --A mi país le hace falta una reforma agraria. La gente humilde es la que sufre y pasa hambre. A la corrupción se la combate con mano dura: el que las hace, las paga. Pero ojo, ley pareja para todos. ¿Otra medida? Abolir la milicia. No tiene sentido que el Estado mantenga al ejército... Además, ¿con quién vamos a pelear? —¿Su modelo de primer mandatario? --El general Alfredo Stroessner, cuando estaba lúcido, fue útil al Paraguay con su dictadura. No había drogadicción, se levantaron escuelas, se mejoraron las rutas... Stroessner atacaba la delincuencia. Podías dejar abierta la puerta de tu casa y no pasaba nada. Ahora es difícil caminar de noche por Asunción, te matan por dos pesos. Yo haría una fusión entre aquel Stroessner y José Octavio Bordón. Me gustó mucho su gestión como gobernador en Mendoza. Y rescato su honestidad. —¿Quién cree que es más importante para la Argentina? ¿Menem o Cavallo? --Cavallo. Por él ganó Menem y sigue existiendo la convertibilidad. En las elecciones pasadas, la gente no votó pensando en el candidato, sino en el bolsillo. —Antes se refirió a la drogadicción. ¿Existe en el fútbol argentino? --Sí, y es lo peor. Cuando llegan a la fama, muchos jugadores se dejan llevar por mala gente. Es un problema que arrastran las personalidades débiles. —¿Se refiere, por ejemplo, a Maradona? --Maradona cometió algunos errores, pero, indiscutiblemente, es el mejor, un deportista de elite. Si bien su imagen hosca puede indicar lo contrario, Chilavert, en el fondo, bien en el fondo, es un romántico. Corría 1985 y el colectivo 101 lo llevaba de la Ciudad Deportiva de San Lorenzo, en el Bajo Flores, hasta el hotel donde vivía en el Centro. Marcela, su esposa, enseñaba inglés en un colegio vecino y pasaba por ahí a la hora que él salía del entrenamiento. “Siempre la veía...y ella también. Hasta que un día me animé, le hice dedo y me levantó. En agosto se cumplirán diez años de esta anécdota”, dice José Luis, insólitamente ruborizado. Hoy vive con Marcela en un tres ambientes y, a diferencia de la casa de cualquier otro futbolista, no hay un solo objeto que revele su profesión. “El departamento lo decoro Marcela. Dice que los trofeos no quedan bien en el living, y tiene razón. Por eso los mando a lo de mis padres, en Paraguay”. —¿En qué gasta la plata? --Tengo un buen pasar, pero no exagero. Compré un buen auto (una Toyota Land Cruiser todo-terreno) que me lleva donde quiero y este departamento. En Paraguay invierto en terrenos y locales céntricos. Además tengo dos vicios: el cine (te recomiendo “Una luz en el infierno” y “Germinal”) y la ropa buena, cara. “Mis placares rebalsan de camisas, pantalones y camperas. Me gusta toda la línea de Armani. Y a los dos nos enloquece viajar. Conocemos toda Europa y este año fuimos a Nueva York. Aunque los niños son nuestra debilidad, vendrán más adelante. No se puede criar chicos si uno se la pasa yendo de un lado para otro”. Chilavert en acción. El camerunés Tchami lo cargó y tuvo que “arrugar”. Arriba, su DT, Carlos Bianchi, intenta calmarlo en cancha de Ferro. A la derecha, cara a cara con Ruggeri, todo un clásico. Chilavert está más acostumbrado a los encontronazos que a hablar de planes familiares. Como cuando en mayo del '93 tuvo un forcejeo con Carlos Javier Netto, por entonces volante de Argentinos Juniors. “Paraguayo muerto de hambre --le gritó Netto-- Acá le estás robando la plata a los argentinos...” Chilavert no se achicó y le retrucó: “Cerrá la boca porque yo me banco cualquiera...” Y se la “banco”. Incluso, fue el primero en salir del estadio, aunque sabía que la hinchada contraria lo esperaba para insultarlo. —¿Se siente discriminado en la cancha? --Sí, los domingos aflora cierto racismo. Es que algunos no pueden tolerar que un paraguayo triunfe. Aquí, casi todos los bolivianos y paraguayos son albañiles o peones de la construcción. Trabajan en cuestiones que el argentino no quiere porque piensa que es laburo sucio y barato. Mi prestigio es algo que no todos pueden asimilar, porque para muchos argentinos, el paraguayo es casi un “bolita”. Las estadístidicas pueden sorprender a más de uno. Desde que volvió a la Argentina y a Vélez, en 1991 fue expulsado una sola vez. Al respecto, hay dos versiones: una, que Chilavert sabe hasta dónde se puede discutir o pelear. Otra, que su presencia impone respeto aún en los árbitros. Ni hablar de lo que pasa con sus colegas: “En la cancha, los rivales son mis enemigos”. Que lo digan, si no, sus famosos enfrentamientos con Oscar Ruggeri, hoy defensor de San Lorenzo, con el que varias veces quedó, nariz contra nariz, como para demostrar quién era el más guapo. Claro que si el tema es el arquero de Boca Juniors, ahí no se reprime. --Navarro Montoya tiene mejores relaciones públicas que yo. Pero el ser humano debe ser frontal, no se puede estar bien con Dios y con el Diablo. Para mí, él no existe. —¿Le duele que él sea más querido? --Él es un demagogo que coquetea con el poder. Cuando Vélez ganó la Intercontinental, el presidente Menem homenajeó a los jugadores en Olivos. Fueron todos, menos yo. No tenía nada que hacer ahí. Nunca me interesó lo que piensan los demás. A mí la gente no me da de comer. —La revista inglesa “World Soccer” dijo que usted es el mejor arquero del mundo. --Y... por algo también soy el más caro. Vélez me tasó en tres millones de dólares, casi el doble que Navarro Montoya. El año pasado hice goles de penal, uno de tiro libre, atajé un montón de penales, fui campeón de América y del Mundo. —Sin embargo, el Olimpia al mejor futbolista del '94 se lo dieron a Navarro Montoya y no a usted... --Si no lo gané yo fue porque los periodistas que votaron no quisieron dármelo. —Entonces, ¿se lleva mal con el periodismo? --No, solo con ciertos periodistas. Como Marcelo Araujo. Me da tristeza oír el vocabulario absurdo que utiliza en la televisión. No es un buen ejemplo. Pero te aclaro que puedo vivir muy bien sin el periodismo. —En resumen, ¿usted se considera el malo del fútbol? --No, para nada. Al revés: yo soy lo puro. Lo sano del fútbol. HERNAN FIRPO
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Diciembre 2017
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