A pesar de la dramática eliminación de Paraguay, el arquero Guaraní demostró en la Copa Del Mundo, con su temperamento y sus atajadas, por qué es un auténtico número uno. Quedaron tendidos en el césped como lo que realmente son. Depuestas ya sus armas, derramada su sangre de pueblo oprimido, vertido hasta el último instante el sudor espeso de los que pelean la vida con los dientes apretados, ocho guerreros guaraníes esparcían sus penas sobre el campo de batalla, que no era otra cosa que el área grande. Unos, de cara al cielo, seguramente viendo el reverso oscuro de sus ojos cerrados por el dolor. Otros, mordiendo el pasto, buscando el pozo amigo que los rescatara más no sea por unos segundos de ese trance amargo. Una instantánea perfecta, simbólica, nunca tan emblemática de lo que es esta Selección de Paraguay --de como jugó, de cómo luchó-- podía captarse desde lo alto del estadio Félix Bollaert de la ciudad de Lens. Los ocho guerreros guaraníes (en nombre de toda la tribu), desparramados en el césped del área, muertos después de la gran batalla. El fútbol no es una guerra, claro que no. Pero pocas expresiones colectivas como este deporte son capaces de entregar con tanta fidelidad la idiosincrasia de un pueblo. ¿O alguien pensaba ver al conjunto de Paulo César Carpeggiani tirando caños y sombreros en el campo adversario? ¿O tal vez jugando un fútbol ofensivo de toque, circulación y pase al pie? ¿O haciendo de la gambeta su estandarte? No, claro que no. Paraguay fue una trinchera que aguanto los embates de Francia hasta donde pudo (113 minutos; apenas restaban 7 para los penales), que respondió con el corazón los misiles enemigos. Sus jugadores fueron soldados que se lanzaron de cabeza y sin reparos cuando el adversario francés fabricaba el pequeño hueco para disparar. Fue lo que el delantero Stéphane Guivarc'h luego definiría con un “cada vez que estábamos por patear, aparecía una pierna que impedía el gol”. O lo que el volante Emmanuel Petit confesaría: “Frente a este equipo teníamos la sensación de estar jugando al tenis-balón contra una pared”. Pero ya está, terminó. La instantánea del final no puede resumirlo mejor. Es domingo por la tarde. Un estadio suelta su angustia y explota en mil gritos. Y entre tanta bandera al viento, entre tanta locura desatada, un hombre se tapa los ojos con sus guantes, golpea el piso con rabia, maldice su angustia. Resulta extraño verlo vencido justamente a él, siempre triunfador, gozador, altivo, omnipotente, hasta burlón con sus adversarios. La imagen es casi fugaz. Enseguida, como si no se permitiese ser la víctima aunque sea por un segundo, el Gran Cacique se incorpora y va por sus compañeros. Uno por uno los levanta, los aprieta bien fuerte con sus brazos, les grita que no lloren, que lo han dado todo, que es un orgullo ser paraguayo y haberse brindado de esta forma. Después, como si todo lo dicho el día anterior fuera apenas un detalle anecdótico (“Francia es un equipo más, yo le temo más al arbitraje que a su juego”, había declarado el arquero paraguayo), desentendidos de esa maquinaria dialéctica que les resbala, uno tras otro los rivales desfilan para testimoniar su sincera admiración. Laurent Blanc con un apretón de manos, Youri Djorkaeff con un abrazo prolongado, Fabien Barthez con una caricia en la cabeza, Marcel Desailly con un par de palabras y Christian Karembeu con un sincero saludo, que es retribuido con el premio mayor: el buzo amarillo y negro, con el que el moreno sale enfundado y feliz del campo de juego. ¿El buzo de quién? El buzo del Gran Cacique, definitivamente internacional después de esta Copa del Mundo. El buzo del Número Uno. El buzo de José Luis Félix Chilavert González. “Si Paraguay llevó a Francia al alargue se debe en gran parte a Chilavert. Jamás, después de Lev Yashin, un arquero ha tenido tanta influencia en una formación”. La afirmación pertenece al periodista Gérard Ejnés y fue publicada el último lunes en el prestigioso diario “L'Equipe”. La atención y los comentarios que despertó Chilavert en la prensa local fueron notables. “Le Monde”, un diario eminentemente político que no le da demasiado espacio al deporte, le dedicó una pequeña foto en su portada del día viernes y la tapa de la sección deportes con un título en el que se hacía referencia --a través de un juego de palabras que lo vinculaba al presidente francés-- a sus ambiciones presidenciales: “Chirac-Vert”. Los periódicos del día del partido, en tanto, prácticamente no nombraban a Paraguay sino a su arquero. “France Football” apuntaba: “La principal arma de Paraguay es un arquero emblemático que, evacuados los excesos mediáticos que rodean a su personaje, es un verdadero crack, maestro y amo de su equipo”. Acompañando una columna de Carlos Bianchi en la que hablaba de su ex (¿y futuro?) dirigido, el título de la nota referida al conjunto guaraní, en la que opinaban los futbolistas franceses, resultaba contundente: “Ellos (los jugadores) sólo conocen a Chilavert”. El diario “Aujord'hui”, mientras tanto, se sorprendía por el carácter irascible del arquero y en la pregunta final de una pequeña entrevista lo consultaba por la posibilidad de dedicarse a la política en el futuro. “En mi país ya me lo pidieron --reconocía Chila--, incluso un diario publicó una foto mía con un título que decía Aquí está el próximo presidente del Paraguay”. La idea me interesa pero para más adelante, hoy no está entre mis preocupaciones. En América del Sur los políticos no son confiables. ¿Pero por qué no en el futuro? En mi vida, siempre pensé que lo “En mi vida, siempre pensé que lo que uno desea se consigue si se lucha hasta el final. Esas ganas me han hecho avanzar”. Verdadero objeto de exposición mediática, aquí Chilavert no es Chila ni Lord Paragua, sino simplemente “El Macho”. Así lo apodan todos. “Algo escuché del pedido y me pone muy feliz. Bianchi es el mejor técnico que tuve en mi carrera y no me extraña que quiera contar conmigo”. Mano a mano con Miguel Ángel Rubio, de EL GRAFICO, en los días previos al choque con Francia, Chilavert confesaba sus sensaciones y abría una puerta de esperanza a la ilusión de ser nuevo jugador de Boca Juniors. Claro que después de este muy buen Mundial que disputó (apenas le convirtieron dos goles en cuatro partidos, promedio sólo superado hasta el momento por Carlos Roa y Barthez), seguramente comenzarán a aterrizar en Liniers las ofertas del mercado internacional. Existe una razón de peso para que Chila emigre: su alto contrato (1.100.000 por año), demasiado difícil de sostener para un club como Vélez. —¿Y vos irías, José Luis? --Estoy bien en Vélez, pero todo lo que sea para mejorar, bienvenido sea. —¿El valor de tu pase no será un impedimento como en otras ocasiones? --No, por favor, con 4 ó 5 partidos lo pagan. “El fútbol paraguayo es el más pobre de todos los clasificados para Francia '98. Aunque el salario de los seleccionados apenas supera los 1.500 dólares mensuales, su recorrido en las Eliminatorias fue sobresaliente, ya que se ubicó segundo, detrás de Argentina”. Cada uno de los equipos posee una ficha en la red de información InfoFrance '98 en la que se destaca su principal característica. Así arranca la de Paraguay. Y así expresa sus sensaciones Robert Singer, jefe de Deportes del diario “Ultima Hora”, apenas después de la gran actuación ante Francia: “Sentí un gran orgullo en el estadio, y también noté el respeto que generó nuestro equipo. Los jugadores actuaron como leones hasta tal punto que el equipo más pobre del Mundial eliminó al de la Liga más poderosa, España. Chila todavía tiene dos Mundiales más por delante, no tengo dudas”. —Y si iban a los penales, ¿qué pasaba Rubén Ruiz Díaz? El arquero suplente escuchó la pregunta de EL GRAFICO y no dudó... --Ganábamos nosotros, seguro. Pero antes creo que se morían unos cuantos franceses. Tenían un miedo pasmoso de ir a los penales. —¿Es buen compañero Chilavert? --Sí, claro. Yo lo conozco desde que tengo 18 años. Es una persona humilde, con un corazón enorme, distinto a la imagen que vende. Uno aprende mucho a su lado, sobre todo por el amor propio que muestra a cada instante. —¿Lloró en el vestuario? --¿Y a vos qué te parece? Guillermo Batillana, presidente de la delegación, lo confirmó: “Todo el mundo lloró; Chilavert entró al vestuario, cerró la puerta y se quedó con las manos tapando su rostro”. Y bueno, a los hombres también se les permite llorar. Aunque se trate de “El Macho”, el Gran Cacique, el León de Francia que una tarde soleada de junio recogió uno tras otro a sus compañeros, los apretó con sus brazos, les gritó que no lloraran, que lo habían dado todo, que era un orgullo ser paraguayo y haberse brindado de esa forma. Y que pareció más auténtico que nunca. DIEGO BORINSKY
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Diciembre 2017
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