José Luis Félix Chilavert González es sólo un arquero profesional. Un paraguayo de 19 años que posee el título de profesor de guaraní y que asombra porque derrocha virtudes en el fútbol. Es un muchacho con perfume de hombre, alto, fibroso, elástico. Lleva el pelo desprolijo y habla poco. Ese es Chilavert. Ese era Chilavert. Un tipo sencillo que a los 15 años aceptó la orden de su hermano Rolando y fue al arco en el barrio. Porque él era un centro delantero de remate imponente, pero un día dejó de serlo. Unos meses más tarde debutaría en la Primera de Sportivo Luqueño. Lo compró Guaraní, lo convocaron de la selección juvenil, se probó en Atlético de Madrid, gustó, y volvió porque su club pedía mucho dinero por el pase. Febrero 85. El calor era intenso. Oscar López y Oscar Cavallero, los técnicos de San Lorenzo, buscaban un arquero porque Cousillas no les había dado seguridad en los últimos tiempos. Los videos y las recomendaciones hablaban bien de ese tal Chilavert. Alfredo Lantarón, vicepresidente del club (quien seguramente puede jactarse de ser el descubridor del paraguayo), afino su ojo, quedó impactado por ese don nadie con mirada de acero, viajó a Paraguay por intuición y le ofreció un contrato a préstamo. Y llegó Chilavert. Solo, en Argentina, se propuso disimular los temores propios de un joven que enfrenta al mundo sin compañía, aunque con armas... San Lorenzo era un manantial de miserias y no podía comprar ni a un extranjero desconocido. Se jugaba la Copa de verano, contra Independiente. Era el debut de Chilavert. El pibe parecía confiable. Le estaban por patear un penal. Marangoni estaba acomodando la pelota y él se le acercó. Le tocó la cabeza y le dijo algo al oído. Marangoni se fastidió, remató, falló, insultó. Estaba en llamas. Estaba convencido de que ese mocoso le había faltado el respeto. Y ese mocoso hará lo mismo contra River, con el emblemático Beto Alonso... “Les digo que me pateen a un palo. Lo hago para ponerlos nerviosos. Necesitaba que me conocieran, también, y eso me hizo la fama, y me empezaron a respetar. Muchos dijeron ojo con ése que es loco”, explicaba. En su pieza del hotel Escorial, en Salta y Avenida de Mayo, no había espacios vacíos. Esa especie de casa que era (y fue hasta su partida a España) su pieza resultaba ser una selva de sueños y glorias de papel. Se podía respirar esa personalidad avasallante que adoptó en la cuna nomás, cuando ya parecía padecer el vicio de querer pechar a todos. En la cancha era un dictador, el dictador de la tierra de los reflejos oportunos. Y los hinchas estaban encantados. “Que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, no es el Loco ni el Pato, es el famoso Luis Chilavert...” La gente de San Lorenzo se desesperaba porque el préstamo se terminaba. El pase costaba 120 mil dólares y no había forma de juntarlos. ¿O sí? Los domingos, cada corazón azulgrana dejaba algún billete en las alcancías colocadas en la popular. La misión fue un éxito y sirvió para que el paraguayo se quedara. Él se entrenaba como un boxeador aplicado. Daba mil revolcones y pateaba concentrado, como si en vez del arquero fuese el diez del equipo. Bah, él sabía porque lo hacía. Quizá ya quería ser goleador, como cuando jugaba de nueve en el barrio... Chilavert... Con sus 20 años y su 1,90 metro (más sus bondades de arquero estrella), ya se había ganado un respeto, como el quería. Es cierto que tuvo algunos roces con futbolistas y que se había negado a reportajes (en una entrevista declaró que algunos medios se la habían agarrado con él, tal vez, porque era extranjero). Protagonizaba el rol de tipo ganador, algo charlatán. Toleraba las deudas (el club no pagaba los sueldos, no había agua para ducharse, ni ropa) y jugaba. Era un plantel con aguante... Diciembre 86. River, entonadísimo, estaba por jugar la final de la Intercontinental. Por el torneo local, San Lorenzo recibía a Gimnasia y Esgrima La Plata en la Bombonera. Chilavert estaba lesionado, pero había asegurado que jugaría igual por pedido de Cousillas --el suplente--, quien tenía un problema familiar. Faltaba una hora para que comenzara el encuentro y Chilavert no estaba en el vestuario. Juan Carlos Carotti, el técnico, lo mandó a buscar. El paraguayo se negaba, se excusaba por males anímicos y no había quién pudiera convencerlo. Sus 21 años, su cara con el sello de los ceños fruncidos, la boca opaca... Sus compañeros creían que los había traicionado. Dicen “las paredes de ese vestuario” que hubo trompadas, que algo cambió luego de que no jugara ese partido... Otra temporada que se iba y Chilavert era ídolo, referente, protagonista, aunque aún no había ganado nada en Argentina. Terminaba otra práctica. El y Perazzo se quedaron ensayando tiros libres. Tenían que pegarle al travesaño e iban parejos. ¿Qué estaría planeando el paraguayo? ¿Se habría propuesto sacar con más precisión desde su meta? ¿Con qué sorprendería? Porque a él le gustaba sorprender. ¿Estaría pensando seriamente eso de vengar su pasado de goleador barrial?... Marzo 88. Domingo lluvioso en Buenos Aires. Había sido un fin de semana gris, maltratado por una tormenta de verano. San Lorenzo visitaba a Banfield, había barro, mucho barro. El partido estaba 2 a 1 en favor del local. Ya se terminaba. Tiro libre a unos diez metros afuera del área. Chilavert corrió, cruzó la cancha a los resbalones y tomó la pelota. Perazzo asintió con la cabeza, Zacarías no podía creer lo que estaba presenciando. Pateó Chilavert, de zurda. Chilavert, un disparate. El remate se murió en la barrera, el paraguayo buscó el rebote y terminó regalando un lateral. Dejó mal parados a sus compañeros, a su técnico, era insólito. Lo salvó Ahmed porque empató en el noveno minuto de descuento otorgado por Juan Carlos Biscay. No, este muchacho no podía volver a animarse nunca más después de esa experiencia. No, una locura. Claro que conociendo su personalidad, algún día iba a tener revancha... Chilavert era uno de los jugadores mejor pago del plantel a tres años y algunos meses de su debut en el fútbol argentino. A esa altura Miele presidía el club. El arquero cada vez se ponía más difícil a la hora de pelear su contrato y San Lorenzo recién estaba saliendo de las penumbras económicas. Los hinchas lo amaban y él decía amar a los hinchas... "La hinchada de San Lorenzo es fantástica. Por eso quiero quedarme, quiero ser campeón en este club", eran sus palabras. José Luis Félix Chilavert González era mucho más que un arquero profesional. A mediados de aquel año 88 fue transferido al Zaragoza de España porque le convenía a él y a San Lorenzo. Dicen por ahí que intentó volver en el 92, antes de incorporarse a Vélez, pero alguien con el poder de tomar decisiones le bajó el pulgar. Y Chilavert es hoy un paraguayo de 35 años que sigue teniendo el título de profesor de guaraní, y que logró el de campeón nacional, americano, intercontinental. Es arquero y goleador, es figura, es emblema, es palabra hiriente, es bondad oculta, es héroe, es villano, es agresivo, es solidario, es querido, es odiado. Es un hombre con perfume de mito... El carnet Nombre completo José Luis Félix Chilavert Fecha de nacimiento 27 de julio de 1965. Lugar Luque, Paraguay. Trayectoria como jugador Sportivo Luqueño, Guaraní, San Lorenzo, Zaragoza y Vélez. Sus números en San Lorenzo Debutó el 17 de febrero de 1985 ante Circulo Deportivo de Mar del Plata (4-0), jugó 122 partidos, no convirtió goles y le hicieron 105, atajó dos penales, fue expulsado tres veces y no consiguió ningún título. Tienen la palabra ►Rolando Marciano “Chilavert Siempre tuvo la misma personalidad”: Como hermano de José Luis puedo decir que siempre tuvo la misma personalidad, la que tiene hoy. Nosotros fuimos compañeros en Luqueño y en Guaraní. Él era protagonista en el equipo y en Selección. Siempre fue temperamental. Fue a Argentina con el entusiasmo de triunfar. El siempre recuerda el cariño de la gente. A él le hubiese gustado seguir en San Lorenzo porque es una institución grande. ►Alfredo Lantarón “Fui el descubridor de Chilavert”: Yo era el vicepresidente en ese momento. Fui el descubridor de Chilavert y él lo sabe. Fue por televisión, lo vi con muchísima personalidad y con mucho dominio de pelota. Además tenía un físico privilegiado. Viajé a Paraguay y pedí que me contactaran. Arreglé el préstamo por un año en 15 mil dólares. Lo trajimos e hicimos prueba. Siempre fue difícil de tratar, él debería estar eternamente agradecido al club. ►Oscar Cavallero “Un excelente profesional desde pibe”: Apenas llegó demostró una personalidad enorme. La diferencia está en que ahora es más polémico fuera de la cancha. Antes, sus palabras no tenían la trascendencia que tienen hoy. Nada que él haga pasa inadvertido. Siempre fue un gran profesional, entrenaba mucho. Yen las prácticas jugaba al medio y le pegaba durísimo. Sí, tenía muy buena pegada. Andaba muy bien, siempre tuvo muchas condiciones. ►José Alul “Un ganador que supo defenderme”: Era un tipo de pocas palabras. Con nosotros no hacía las cosas que hace ahora. A nosotros nos respetaba. Y era solidario. Una vez los hinchas quisieron apretarme en una práctica y él se acercó a defenderme. Se preocupó. Siempre fue un ganador. Pero choca con las otras personalidades. Creo que maduró mucho, pero pienso que en estos momentos tiene intereses. No me asombra su presente. ►Walter Perazzo “Me pidió un penal y se lo negué”: Con él sentías que nunca te iba a marcar un gol. En el 88 pasó lo del vestuario. Los hinchas vinieron a hablar con nosotros y Chila, que tenía pocas pulgas, empezó a pegar. Después saltamos todos... Después sucedió lo de los penales. En un partido con River, yo estaba por patear un penal y siento que alguien me toca el hombro. Cuando me di vuelta me encontré con él. Y le dije que vaya a atajar. Y se fue. ►Enrique Romero “Tenía una gran timidez”: Yo era periodista de El Gráfico en ese momento. Chilavert era una excelente persona, muy humilde. No se dejaba llevar por delante por nadie. Era un pibe, de esos tipos que insultan porque no saben cómo reaccionar. Tenía una gran timidez, se mataba entrenando. A mí me dijo una vez que venía a triunfar. Y triunfó. Lo de hoy es una coraza que usa para hacerse ver. Aunque él siempre buscó la boca de otros. ►Franco Navarro “Fui uno de los sorteados de sus locuras”: Fue en cancha de Independiente. Vino un centro de Marangoni, yo la paro y se me va larga. Y cerca del área grande, él la toma con las dos manos y cuando gira me pega de costado con el codo: me partió el tabique. Era bravo. Pero a mí me encantó el gesto que tuvo con mi hijo hace poco tiempo. Es su ídolo y le regaló sus guantes. Eso vale más que cualquier cosa. ►Juan Carlos Biscay “Me llamó mucho la atención”: Yo era el árbitro el día de su primer tiro libre. A mí me llamó la atención, pero conocía su personalidad avasallante. Encima la falta había sido lejos del arco. No era habitual, era poco usual. A mí me dio la sensación de que era una demostración de súper ego, de una confianza exagerada. Claro, la historia lo respalda. Para mí no era difícil de llevar. Él sabía hasta dónde podía llegar dentro de una cancha. ESTEBAN STAVILE
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Diciembre 2017
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