El cuerpo, cercano tantas veces a los roces y la violencia; el alma, espíritu exuberante y contagioso en cada grito. Vélez le ganó a Boca 3 a 1 y se prendió en el Torneo Apertura. El arquero paraguayo es emblema del equipo, símbolo reiterado desde hace muchos años. El, polémico, prepotente, seductor, ganador, irreverente, rebelde, difícil, genial. Único. Un par de acciones de esta semana lo pintan de cuerpo entero, con su doble cara que a esta altura no asombra a nadie. Primero su presencia, la estampa de personalidad arrolladora que puede con todo. Ingresó al campo este domingo listo para desafiar al Boca bicampeón, y se dirigió hacia su arco. ¿Se puso a disposición de sus compañeros para que éstos lo pelotearan en la clásica entrada en calor previa a cualquier encuentro? No, lógico que no. José Luis Félix Chilavert González nació para romper todos los moldes. Pidió una pelota, entonces, y comenzó a disparar imaginarios tiros libres desde el borde del área. Sabía perfectamente que todos lo estaban mirando. Y sabía perfectamente, también, que así como un par de años atrás un Monumental repleto se paralizó de pánico cuando cruzó toda la cancha para finalmente someter al arco argentino defendido por Burgos, ahora también empezaban a sufrirlo. El público y sus rivales, que a esta altura lo saben capaz de protagonizar cualquier epopeya. Y lo miraban también sus compañeros, sintiéndose ganadores antes de empezar. Es lo que Carlos Ischia, ayudante de campo de Bianchi desde siempre y hoy ubicado en la vereda opuesta, acepta con admiración en el diálogo con EL GRAFICO: “En los minutos previos a los partidos irradia una confianza impresionante a sus compañeros. Derrocha optimismo y tranquiliza a los nerviosos, sobre todo si el rival es River o Boca. No tengo dudas de que con su temperamento es capaz de cambiar la historia de un partido y de que en el fútbol argentino hay un antes y un después de Chilavert”. A ese Chilavert lo quieren todos. Sólo un loco podría desconocer su influencia. La otra cara, lógico, tiene que ver con su contradictoria personalidad, con el escaso respeto profesado hacia las palabras, la facilidad para fustigar a quien venga y como venga, sin reparar en nada en trayectorias inmaculadas como la de Amadeo Carrizo o Carlos Griguol. Hace algo más un año y medio, cuando Marcelo Bielsa encaró al plantel ultra ganador de Vélez Sarsfield y les aclaró que para él todos los jugadores eran iguales, Lord Paraguay le contesto sin ahorrar munición, se puso cara a cara como alguna vez lo hizo con Ruggeri y como volvió a cumplir este domingo con Palermo, y estuvo a un paso nomás de irse a las manos. El último martes, y aquí viene la falta de coherencia, el procedimiento que no se comprende, Chilavert se juntó con el actual técnico de la Selección Argentina para tomar un café. El arquero hoy lo considera un gran técnico, por encima de Carlos Bianchi inclusive, y lo escucha con mucha atención. “Usted juéguese por este equipo -le diagnosticó Bielsa, que no tutea a nadie-, confíe en este plantel que yo conozco bien. Acá hay cuatro chicos de un futuro notable, me refiero a Bardaro, Buján, Falcón y Eduardo Domínguez”. Algunos días después, el arquero obtendría una evidente ratificación de lo que el público velezano viene sospechando en estos últimos tiempos: que hay otra vez equipo, que hay olor a ciclo que arranca nuevamente como hace seis años, que aún Vélez irradia respeto ante sus rivales. Pero la anécdota del café con Bielsa viene al caso, pinta al personaje, refleja su personalidad cuanto menos ciclotímica. Vale un breve recorrido por su vida futbolera para no perder la dimensión del personaje. Vale también sumergirse un poco en sus dichos de declarante novato para rescatar algunas perlas realmente llamativas. —¿Cambiarías tu nacionalidad? --le preguntaba EL GRAFICO el 31 de enero de 1989--, cuando Carlos Bilardo lo tentó para ser el arquero de la Selección Argentina. --Por supuesto, si lo único que me falta es el pasaporte. Soy un argentino más. En Buenos Aires me dieron todo, me quieren, me miman. Unos años después, más precisamente en 1995, en la sección de las cien preguntas, también dejaba su impresión de este país... —¿Hay discriminación en la Argentina? --Para nada, es el único país del mundo que trata muy bien a los extranjeros. De aquellos años resaltan al mismo tiempo una declaración de principios y un par de diagnósticos que hoy convocarían a la carcajada general. Son de verdad, constan en los archivos, hay que releerlas un par de veces para no tomarse por loco a uno mismo... ►“Entre colegas no hay que atacarse, nunca podría hablar mal de alguien que hace lo mismo que yo. Si hubiera estado en lugar de Islas, no le habría respondido a Gatti” (18-2-1986). ►“Islas es un arquero excelente, tiene todas las condiciones, debería ser el titular en el Mundial de México” (18-2-1986). ►“Yo nunca opino de mis cualidades y tampoco de mis colegas, a los que respeto” (13-8-1988, El Heraldo de Aragón, Zaragoza). ►“Del pase a Boca no quiero hablar porque en el arco está Navarro Montoya, a quien admiro mucho” (19-5-1992). ►“Maradona fue más grande que Pelé, es el único capaz de sacar campeón a un equipo con diez troncos alrededor, como hizo en el Napoli. Su vida privada no me interesa” (7-3-1995). ►“Francescoli es un mago, maneja la genialidad” (7-3-1995). ►“Les hice entender a mis compañeros que mis valores no se venden por diez mil dólares. Por eso me tienen bronca de ese programa. Yo por diez mil dólares no voy a matar a mi madre” (13-7-1996, después de discutir con el Turu Flores por su participación en el programa El Equipo de Primera). El circo, claro. Chila se siente un producto marquetinero, está orgulloso de serlo. Siempre pregunta las mediciones de audiencia del programa que antes denostaba y hoy lo tiene como columnista. Más de una vez ha comentado entre los asistentes que lo llamen a él cuando el rating baja un poco y en ocasión del último escándalo frente a Independiente, cuando los productores le confiaron vía Movicom que esperara unos minutos para salir al aire porque primero iban a pasar los goles de River, Chila se jactó: “Qué goles de River, ponéme a mí que levantamos el rating enseguida!”. En el Mundial de Francia, el día previo al choque ante el local, cuando este periodista le preguntó ante la decena de colegas de otros países si antes de empezar la Copa él soñaba con semejante performance de su Selección, Chila se despachó con una respuesta inesperada, en tono desafiante y totalmente fuera de contexto: “Ustedes, los periodistas argentinos, seguro que no daban un peso por Paraguay, pero yo siempre confié en mis compañeros”. Circo, puro circo. Unos minutos después, cuando pasó por el laberinto de la zona mixta, a unos centímetros de los periodistas, pasó, guiñó un ojo y dejó una palmadita cómplice de recuerdo. Hasta ahí está bien, se acepta como táctica: crear un clima adverso para envalentonar al grupo, asumir todas las presiones para que sus compañeros jueguen en paz, jugar con los nervios del adversario. Lo confesó unos meses después de su arribo al país, ocurrido a comienzos de 1985, cuando algunas de sus actitudes comenzaron a llamar la atención. De entrada nomás, le fue a tocar la cabeza a un señor como Claudio Marangoni a la hora de ejecutar un penal; lo mismo hizo con el Beto Alonso unos meses después. “Les digo que me pateen a un palo. Lo hago para ponerlos un poco nerviosos, porque el arquero es el que lleva todas las de perder. Necesitaba que me conocieran, también, y esos dos hechos me hicieron la fama. Me empezaron a respetar. Si no lo hacía, muchos hoy me llevarían por delante. En cambio dijeron: ojo con ese que es loco”, aseguraba al año de estar en el país y hasta resultaban justos y simpáticos sus argumentos. Pero, ahora, pasarle la mano a Walter Samuel por la cabeza en claro gesto paternal a los 21 minutos de un partido tras un ataque fallido y tirarle un codazo sin pelota diez minutos después ante un centro cruzado, pues termina confundiendo todo. Y la palabra, siempre la palabra que es la herramienta principal de comunicación, no puede ser pisoteada como papel. No debería ser pisoteada. Más allá de los lógicos vaivenes de pensamientos y cambios de opiniones, lo que dice Chilavert ya no parece algo divertido. Algunos años después de aquellos dichos remarcados unas líneas arriba, se sabe, las palabras fueron otras... ►“La prensa argentina no puede digerir el éxito de un paraguayo” (28-3-1997). ►“Yo no tengo problemas que se reclamen las Malvinas, pero sería bueno que la Argentina nos devuelva las provincias de Misiones y Formosa, que son territorio paraguayo” (29-7-1999). ►“El fútbol es para hombres. Islas sabe bien por qué lo digo. Ustedes, los periodistas, deberían averiguar qué pasó con el masajista del Toluca” (20-5-1997). ►“Francescoli dice una cosa y después niega todo. Habla mal de ciertos personajes pero no va de frente. Lo que pasa es que tiene cara de santo” (20-5-1997). ►“Maradona ya fue, tendría que preocuparse mucho más por su familia. Si se reincorpora a Boca, el principal perjudicado será Boca” (28-1-1997). Y la lista podría prolongarse hasta el aburrimiento para conformar el Manual del Disparate Ilustrado, más allá de que puede computársele una verdad de entre el manojo de palabras lanzadas al vacío: no se vendió a la tele por 10.000 dólares. Lo hizo por 20.000 a cambio de una intervención semanal. Las dotes de Chilavert como tesorero, está claro, son tan efectivas y hasta brillantes como a la hora de defender el arco. Hoy dispone del contrato mejor pago del fútbol argentino (US$ 1.480.000 dólares anuales), y encima no le tiene que dejar comisión alguna a nadie, porque él mismo se representa. De su comportamiento como futbolista poco se puede cuestionar. Chilavert ha sido encomendado a romper todos los moldes y no aparecen obstáculos que logren tumbarlo. Revolucionó al público argentino cuando en 1988 corrió desde el arco para patear un tiro libre contra Banfield defendiendo los colores de San Lorenzo, provocó un carraspido de asombro cuando definió el primer campeonato que conseguía Vélez después de 25 años con un penal de su autoría ante Estudiantes, erizó la piel del público imparcial cuando se erigió en el primer arquero en convertir un gol de tiro libre ante Deportivo Español en las canchas argentinas, en 1994, y directamente conmovió al país cuando anotó un gol desde 60 metros de distancia a Burgos, en 1996. Un monstruo por donde se lo mire: primero en llegar a las prácticas, último en irse, ídolo terrenal de los chicos que van a tocarlo y modelo irreprochable para todos sus compañeros, especialmente para los más jóvenes y también para los otros, que no tiran papelitos ante sus “locuras” pero que lo quieren y lo consideran fundamental para las aspiraciones de campeonar. “La gente que se conecta con él queda maravillada por cómo los atiende. No tiene gestos de soberbia alguna”, asegura convencido el Profe Santella, ex preparador físico y hoy rival, pero siempre respetuoso de su ex pupilo. Chocho de la vida con su hijita Anahí que lo enorgullece como nada en el mundo, concientizado de que seguirá en Liniers un par de años más, convencido ahora sí de que hay equipo para volver a empezar, José Luis Félix Chilavert González se ha embarcado en otro sueño con pronóstico de hazaña. Más vale no subestimarlo. DIEGO BORINSKY
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Diciembre 2017
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