José Luis Félix Chilavert vive una emocionante luna de miel con el pueblo paraguayo. Juega muy bien en la Selección y no oculta sus ambiciones políticas. Hay un José Luis Félix Chilavert interno y esencial que ha cambiado. Por lo menos de cara al pueblo paraguayo que ha pasado, en su caso, casi como por arte de magia, del odio visceral al amor irrestricto, pasional y desenfrenado. El ida y vuelta de afecto se inauguró con un cambio de actitud del muchacho de Luque y se relanzó, imparable y definitivo, con su éxito irresistible en el mundo del fútbol. Muy atrás quedaron en el tiempo, las constantes acusaciones de Chila contra la mediocridad de medios, pero sobre todo de mentes y proyectos, imperante en el fútbol paraguayo. Cosa cierta si las hay, porque no hay más que mirar lo que son las precarias canchas e instalaciones en las que se desarrolla la competencia interna. Parece un cuento de hadas que de esos campitos agrestes y polvorientos hayan salido un Roberto Miguel Acuña, con su tremendo despliegue no exento de habilidad; un Miguel Ángel Benítez, natural de Loma Pytá y formidable apilador en espacios de una baldosa, que triunfa en el Espanyol de Barcelona sin haber jugado jamás profesionalmente en su propia tierra; un Roberto Gamarra, poli-funcional de la defensa y el medio juego, capaz de meter misiles como el que infló la red del arco de Chile para poner el 1-1, cuando el susurro disconforme de la gente patentizaba el desencanto por la derrota apenas transitoria; un Francisco Arce, lateral-volante derecho de gran marca y proyección, que atesora en su pie derecho un guante de terciopelo que es capaz de lograr un milagro ante la ejecución de ciertos y determinados tiros libres: que Chila se quede en el arco... Pero Lord Paragua parece haber entendido que no es a través de la crítica cerril y destructiva, ni de la auto marginación -después de las Eliminatorias para el Mundial de Estados Unidos, había anunciado su renuncia a seguir jugando en la Selección-, que todos los males endémicos de un fútbol subdesarrollado sólo en materia de infraestructura, se pueden mejorar más desde adentro que desde afuera. Porque Paraguay es tercermundista en los medios, pero sigue produciendo futbolistas de notable calidad, desde los tiempos pioneros de Arsenio Erico y Delfín Benítez Cáceres, los fundadores de una estirpe que le sigue peleando -y ganando- a las carencias. Pero ese citado grupo de muy buenos futbolistas que componen hoy a la Selección de Paraguay, necesitan como el agua a su líder natural, al abanderado de una generación que puede hacer historia en el fútbol guaraní. Chilavert lo comprendió y se puso a las órdenes del técnico Paulo César Carpegiani sin condicionamientos. No exigió ningún tipo de arreglo especial para jugar estas Eliminatorias. Lo guían su ego que necesita más alimentación que ese Bull Dog que lo hace más fiero en cada salida, estampado en su buzo negro; su ilusión de jugar el primer Mundial de su vida; su convencimiento de que después del fútbol puede haber para él algún cargo trascendente que tenga que ver con la política, en un país permanentemente aquejado por problemas de representatividad; y su nunca reconocida -como tributo a esa chapa de duro de Hollywood que se supo ganar en la acción- sed de cariño. Algo que quedó demostrado claramente después del 1-1 logrado contra Argentina, en el estadio de River Plate. Le metió al Mono Burgos, el incunable primer gol de jugada de un arquero en la historia de las Eliminatorias y los Mundiales, y se subió al avión para regresar a Asunción junto a sus compañeros Si tenía que presentarse a entrenar el martes a la mañana en Vélez Sarsfield, ¿para qué desgastarse sumando 3.000 kilómetros de ida y regreso a bordo de un avión, medio de transporte que consigue preocuparlo mucho más que cualquier delantero? Respuesta evidente: para bañarse en la infinita idolatría de su pueblo, ese mismo que lo había descastado por el supuesto pecado de soberbia y ensoberbecimiento, y que ahora le está levantando un altar pagano en cada espacio de Asunción, de Encarnación, del lejano y remoto Chaco, de su natal Luque, de cada barrio donde haya un pibe descalzo, dibujando un tiro libre de zurda contra cualquier arquito imaginario... La Chilamanía ya copó a cada estrato de la sociedad paraguaya. Se metió en cada bandera nacional, con la inscripción laudatoria en el sector blanco del medio, entre las franjas horizontales azul y roja: “¡Grande Chila!”. También en las miles de remeras que ofrecen los vendedores callejeros, tomando uno de sus caballitos de batalla para venderle una ilusión de grandeza a la gente: “José Luis Chilavert: iSoy el mejor!”. También en los suspiros de sus mujeres, que ahora ven buen mozo y con rostro humano, a quien antes no dudaban en definir como sobrador y prepotente. ¿Qué les dio Chilavert a los paraguayos, que antes lo resistían hasta lo indecible y hoy lo muestran como un estandarte de su nacionalidad? Primero, un éxito sin barreras, un orgullo de pertenencia compartida. Un referente en el que apoyarse a la hora de hablar de la tierra. Salvando las distancias, los guaraníes que trasponen las fronteras, cuentan que suelen tropezarse con un símil del “i Argentina? ¡Maradona!” que hace veinte años nos identifica en el mundo. Un “¿Paraguay? ¡Chilavert!” empieza a hacer camino e identifica a una nación, poniéndola en el mapa de fútbol con sello propio y distintivo. Segundo, la garantía de que para hacerle un gol a Paraguay en estas Eliminatorias, hay que pegarle un tiro en el pecho al celoso guardián de sus redes. O tener una mira telescópica para clavarla contra los ángulos. Como hicieron el Tino Asprilla en Barranquilla, Gabriel Omar Batistuta en el Monumental y el chileno Javier Luciano Margas en Asunción. Y como no lo hicieron los trasandinos Iván Zamorano y Fernando Vergara, quienes lo enfrentaron en sendos mano a mano que pudieron haber cambiado la historia del partido. Pero a los dos se les cayeron las medias cuando se les vino el Bull Dog encima. Y terminaron sacando dos masitas que pegaron contra el pecho del hombre que lo ofrece seguro de sus fuerzas, para que le reboten las balas. Tercero y definitivo, la sensación de que se ha transformado en un hombre a quien le importan los hombres. Sobre todo, los de su patria. Varios de sus gestos conmiserativos fueron profusamente difundidos por la prensa guaraní. Como los 25 dólares que le abonó a un fígaro pueblerino que le cortó el pelo en Ypacaraí, quien se sentía bien pago con que Chila le asegurara a su amado Paraguay el pasaje a Francia '98... Como los 100 dólares que le obsequio a un cadete que le entregó una encomienda en San Bernardino, el lugar de concentración escogido, distante 80 kilómetros de Asunción... Como los otros 100 dólares con los que colaboró en la colecta de un desesperado pastor, quien pasaba la gorra para evitar el remate de su templo... La Chilamanía recorre el Paraguay a lo largo y a lo ancho. Y el dueño y autor exclusivo del fenómeno, responde como le gusta a su gente: rompiéndola adentro y afuera de la cancha. Haciendo realidad el sueño de un chico humilde de Luque, ese que dibujaba descalzo un tiro libre de zurda en un arquito imaginario: ser profeta en su tierra. ******************************************************************************* PARAGUAY NO ES SOLO CHILAVERT EI lleno impresionante que presentó el estadio Defensores del Chaco en el partido frente a Chile, fue la respuesta de su gente al excelente comienzo de Paraguay en las Eliminatorias. Muchos de esos que abarrotaron con su fervor el mayor templo guaraní del fútbol, no creían, a priori, que pudiera ser verdad tanta belleza. Antes del inicio de la competencia preliminar de Francia '98, se asustaron sólo con mirar el calendario. Suponían, y no sin motivo, que las salidas iniciales, nada menos que contra los tres rivales potencialmente más peligrosos -Colombia, Uruguay y Argentina podían dejar a Paraguay sin puntos y con la ilusión maltrecha. Pero la derrota estrecha e injusta en Barranquilla, el gran triunfo en el Centenario y el empate rescatado en el Monumental, robustecieron enormemente la fe. Paraguay pasó la prueba de visitante y enfrentaba la de local. Llegó como favorito ante Chile y tenía toda la presión para ganar y responder a tanta expectativa. Para peor de males, a los 22 minutos, Margas puso 1-0 a los trasandinos. Allí, Paraguay mostró su fibra y su fútbol. Partiendo de la garantía que brinda Chilavert en el arco, se escalonaron sólo tres defensores (Celso Ayala, Catalino Rivarola y Roberto Gamarra). Con salida tan permanente que fueron dos de ellos, Gamarra y Rivarola, los autores de los goles que dieron vuelta el resultado. En el medio, pelean y combaten Julio Enciso y Estanislao Struway y propician la salida dos volantes de buen pie. El Chiqui Arce, que es lateral derecho en el Gremio de Porto Alegre y le pega a la pelota como si fuera un brasileño de nacimiento y el Toro Acuña, una fiera recuperando y animándose a gambetear para adelante. El enganche es un descubrimiento fantástico: se llama Miguel Ángel Benítez, es el manija del Espanyol de Barcelona y aparte de entender el juego, es capaz de apilarse a tres rivales seguidos como si nada. El déficit paraguayo aparece en la ofensiva. Paulo César Carpegiani aún no encuentra a los puntas que lo satisfagan. Contra Chile, salieron Richard Báez y Arístides Rojas, para que se ganaran su opción José Saturnino Cardozo y Mauro Caballero. Pero, promediando el segundo tiempo, los dos titulares estaban afuera y los dos suplentes otra vez jugando, adentro. Si el coach brasileño puede solucionar esa falta de potencia que muestran sus delanteros, Paraguay -que no es sólo Chilavert, eso queda claro será cosa muy seria. ALFREDO ALEGRE
|
Digitalizado porArchivos
Diciembre 2017
Categories |