Una semana de luces y sombras para el arquero paraguayo. Lo sobreseyeron en una causa, participó en un denso incidente en Colombia, por la Copa se atajó todo y, como si fuera poco, el domingo erró un penal. Tratándose de él, ya nada asombra. “No importa que hablen bien o mal de mí, lo importante es que hablen”, sigue siendo su lema. Y lo demuestra. Con cada gesto, con cada actitud, con cada atajada, con cada incidente que provoca. Pegándole una patada a un preparador físico colombiano o subyugando a un árbitro y a veintitrés mil hinchas enardecidos para manejar un partido de visitante. Si se trata de José Luis Félix Chilavert, ya nada asombra. Se levanta como héroe o villano. Su destino es siempre la gloria o Devoto. En su paleta de colores no existen los grises. Todo es blanco o negro. Y esta semana no fue una más para la increíble historia del arquero paraguayo: tuvo todos los matices. De los buenos y de los otros. De los reprochables y de los ejemplares. Pero vayamos por partes... En Colombia lo esperaban con los brazos abiertos... y los puños cerrados. Apenas piso tierra caribeña, todos los periodistas lo ametrallaron a preguntas. El primer ídolo malo del fútbol argentino estaba a sus anchas. La mayoría le recordaba su piña al Tino Asprilla por las Eliminatorias para el Mundial de Francia. Pero Chila quiso bajar los decibeles para, en definitiva, no trasladarle las broncas propias a Vélez. “Lo que pasó aquella vez ya fue. Quedó en una cancha de fútbol”, sólo atinó a decir. Mientras el lunes todo el plantel argentino descansaba en un hotel de Cali, al paraguayo le llegó la primera noticia buena de la semana: el juez que llevaba una causa en contra suya por agresión a un periodista rosarino --en octubre del año pasado, aseguraron, le había arrojado el micrófono al piso— lo sobreseyó. Una historia más quedaba en el rincón de los malos recuerdos. Al menos, por ese lunes. 1-0 para el paraguayo. El martes sería distinto. Choque copero, estadio lleno. Ambiente de Copa Libertadores. El Once Caldas es el rival. Los 2.100 metros de altura no perturban. La pelota dobla. Sale Vélez a la cancha. Chilavert es insultado desde los cuatro costados. El, nada. Ni un gesto. Eso sí: cuando la pelota empieza a rodar y el equipo de Eduardo Luján Manera a retrasarse, ahí aparece Chilavert. Vélez no podía salir de su área chica y el paraguayo que tapa cuatro mano a mano en cinco minutos. Impresionante. Después, con sus largas pausas y sus quejas a propios y rivales, se puso el partido en el bolsillo. Manejó al juez, a los colombianos, al público... Vélez empató 0-0 en Manizales. El mismo lugar en donde River había perdido 4-1. El paraguayo más famoso, a esa altura, ya estaba 2-0 arriba en su partido personal. Jueves 11 de marzo. Cali. El Deportivo quiere mantenerse en la punta del grupo. Y sale a matar o morir. Otra vez Chilavert sacando pelotas por todos lados. Se alza como barrera infranqueable. Arriba, abajo, pateando. Hasta que, faltando diez minutos, un penal le da al local el triunfo. Y se acerca el desborde. Ese que siempre pone a Vélez al borde del abismo temperamental. El mismo ímpetu que lo llevó a ganar todo y a lograr verdaderas hazañas, a veces le juega en contra. Pero lo de aquel jueves... Los de Liniers apretaban en busca del empate cuando, insólitamente, desde el medio de la cancha voló una pelota a interrumpir un ataque visitante. El que la arrojó fue, increíblemente, el cuarto árbitro, Luis Hernando Agudelo. Chilavert advirtió la actitud y reaccionó lanzándole un pelotazo que, por suerte para el local, no dio en el blanco. A esa altura, ya no quedaba ninguno de los diez alcanza pelotas del principio. El colombiano --en la Libertadores, el asistente siempre es un representante local-- es un juez de línea que debutó como internacional en 1995. Nació el 21 de noviembre de 1956 y nunca dirigió un partido como árbitro. Es una especie de Taibi colombiano. Ese personaje, según cuentan fotógrafos y suplentes de Vélez, se la pasó insultando a Chilavert desde el costado de la cancha. “Todo el tiempo me gritaba: ‘hijo 'e puta, paraguayo muerto de hambre’. Y, cuando tiró la pelota para cortar un avance nuestro, se pasó”, contaría después Chilavert. Lo cierto es que, apenas el juez peruano José Arana concluyó el encuentro, el paraguayo cruzó de un pique los cincuenta metros que lo separaban del asistente. Este, cuando lo vio llegar al humo, corrió a refugiarse al lado del árbitro, mientras le pedía que informase todo lo que fuera a ocurrir. Allí se produjo el acabose. La policía militar que ingresó con sus escudos, forcejeos, botellas de plástico que caían desde las tribunas, los remolinos alrededor de los jueces, el clima de la peor época de los setenta... En el medio del pandemónium, los manoseos se sucedían. Bernardo Becker, el gerente general de fútbol de Vélez, quiso hablar con el árbitro para pedirle protección pero un policía le pegó un bastonazo en la boca que le dejó los labios hinchados por tres días. Eduardo Manera trataba de calmar a Chilavert, quien estaba en el medio de la reyerta, increpando a todo el mundo. Cuando parecía que volvía la calma y los jugadores argentinos se dirigían al vestuario, el paraguayo giro y encaró nuevamente al árbitro Arana. Le quería pedir que informara a Agudelo. Pero en su camino se cruzó con el cuerpo técnico del Cali. “A ver, insultá ahora a Compagnucci si sos tan macho”, le gritaba el arquero a Erney Gómez, el preparador físico del equipo local. Acto seguido, un zurdazo del paraguayo se estrelló en la pierna derecha de Gómez. iPara qué... ! Otra vez los remolinos, los golpes que volaban, el público que rugía enardecido, la policía esgrimiendo sus machetes... Finalmente, todo el plantel de Vélez rodeó al paraguayo --quien le arrebató un escudo a un policía para cubrirse-- y se fueron a los vestuarios en medio de un ambiente caldeadísimo. El bochorno había noqueado al fútbol. Vélez fue víctima y agresor, las dos cosas. De última, si se sintió maltratado debió guardar violín en bolsa, no entrar en el juego de las agresiones y, luego, elevar una protesta. Si hasta llamó la atención que un ser bastante sensato y pacífico como Manera luciera indignadísimo con el trato recibido: “Todo podría haber terminado peor. Lo del cuarto árbitro fue lamentable, una barbaridad. Yo me tuve que parar al lado de él para que dejara de insultar y hacerle gestos a Chilavert. La Confederación Sudamericana debería tomar cartas en estos asuntos y penar acciones como estas”, dijo dos días después, ya sin la sangre caliente. El mismo Chilavert admitió haber reaccionado. “Es cierto que le pegué una patada al preparador físico de ellos. Entré en un juego provocado y debo asumir el error. Pero también tendrían que castigar a ese árbitro asistente. Se la pasó insultándome todo el partido. Al final lo encaré para que me dijera todo eso en la cara. Incluso le pedí al árbitro que informara la actitud de Agudelo. Pero, repito, no tendríamos que haber entrado en esa provocación”. Ni la misma autocrítica salva al paraguayo de la respuesta agresiva que brindó en la cancha. Ni siquiera alcanza para justificar la andanada de piedras que rompió todos los vidrios del micro de Vélez cuando se retiraba del estadio. Chilavert ya 2-1 en su duelo personal. Aunque, que no haya sido informado por el peruano José Arana, ya fue un verdadero triunfo. Al regreso a Buenos Aires, el paragua siguió empecinado en revertir la situación. El sábado entrenó a fondo y le pidió a Eduardo Luján Manera que lo incluyese en el encuentro ante Estudiantes, por el Clausura. El técnico, quien pensaba darles descanso a todos los titulares, aceptó el ruego y lo concentró. Extrañamente, el arquero pidió dormir solo en una habitación la noche del sábado, en el hotel Corregidor. Domingo 14 de marzo. La Plata. Vélez afronta el compromiso ante Estudiantes con ocho suplentes más Chilavert, Compagnucci y Claudio Husain. Inconscientemente, por Liniers ya priorizaron la Copa por sobre el Torneo local. Eso es evidente. Y se nota. En el juego y en el resultado. Yaqué --dos veces-- y Alejandro Peralta ponen al Pincha 3-0 arriba. La mano venía fácil para los locales. De repente, penal para Vélez. Y allí fue José Luis Chilavert, el infalible. Zurdazo y... iBossio! Ni en el rebote el paraguayo la pudo meter. El gol de Pandolfi Sólo para paliar el orgullo visitante. “Pocas veces tuve una jornada tan nefasta”, comentó el paraguayo. Una tarde negra le ponía un final piadoso a la semana inédita de José Luis Chilavert. El 2-2 de su partido personal, dejaba un final abierto. Un final inconcluso que, cuando se trata de un personaje como él --que nunca pasa ni quiere pasar inadvertido--, siempre puede continuar. MIGUEL ANGEL RUBIO
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Diciembre 2017
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